Era un día sin sol, pero a pesar de esto la familia estaba por salir a dar un paseo por el río. Vivían desde siempre en esa casa de ladrillos torcidos, al borde de un camino que unía dos bosques, sin encontrarse en ningún mapa oficial. Estos muros olvidados protegían a tres niños y a sus padres, entre costumbres y silencios.
Desde el día anterior los padres estaban muy callados, pero eso no era muy diferente a lo usual. Hace meses que ya se veían sensiblemente apagados. Esto había empezado a ocurrir con la llegada del más pequeño, que sufría de asma y alergias constantes.
Cerrando los botones de su abrigo, la madre se miraba fijamente en el espejo roto. Buscaba una manera de escaparse pero sus ojos se quedaban mojados y profundamente grises. Más de una hora pasó antes que abriera la pesada puerta de la casa y los dos mayores salieran velozmente a tomar aire fresco. El padre cogió con fuerza la mano de su mujer. Esta tenia contra su corazón al bebé recién despertado y que respiraba con dificultad. Los seguirían sin mirarse ni una sola vez hasta llegar al río.
La caminata fue interminable y cuando llegaron la mamá soltó el frágil cuerpo que tenía aferrado y lo dejó caminando solo. Así se quedaron largo rato, mirando a distancia como las tres sombras se perdían entre los árboles. Después de algunos pasos perdidos entre las rocas, el más grande subió a un árbol gordo y encontró refugio en el agujero que hacía el tronco al partirse en dos. Ahí se quedó observando el cielo y escuchando las voces del bosque. Su hermano menor se sentó bajo el mismo árbol, coleccionando entre sus piernas algunas piedritas que tenían forma divertida, y hablando sin parar en un idioma que solo él entendía.
El bebé se encontraba de pie a pocos metros de donde lo habían dejado. Al principio intentó atrapar una hormiga que pasaba entre sus pies y casi perdió el equilibrio. Después de eso empezó a llenar lentamente su mano con tierra y en un gran esfuerzo la lanzó en dirección del desgraciado bicho. Cuando no escuchó más la voz de su hermano, se detuvo de golpe y miró a su alrededor. Dándose cuenta de que sus padres ya no lo vigilaban, dio unos pasitos instintivos en dirección de su madre. La voz de su padre lo interrumpió bruscamente. El hombre era alto y le faltaban unos cabellos en la cabeza por demasiadas preocupaciones. Con pocas palabras hizo volver a los dos mayores y les exigió que cuidaran a su hermano. El más grande ya tenía al bebé en sus brazos e intentaba calmar sus estremecimientos con murmullos en el oído.
La madre, al contrario, les habló con la voz mas dulce que podía, pero sin sonreir. Quería sacar una foto de ellos tres. Hace años que los niños ni habían visto la cámara familiar. Las fotos eran recuerdos lejanos de tiempos felices, de carcajadas y buena comida. Sorprendidos, los niños obedecieron a su madre que los hizo retroceder para entrar en la foto.
Cuando el viento aumentó, el bebe empezó a llorar. Al escucharlo el padre se dio la vuelta y puso su mano crispada contra el hombro de su esposa. Ahora solo podían ver una espalda ancha y el lente oscuro de la cámara. Estaban los tres alineados como soldados, el río rugiendo a sus espaldas. El padre decidió acelerar la cosa y añadió su voz a la de su mujer : "más atrás niños, que se vean todos en la foto... los queremos mucho a los tres, ¿saben eso, no?..." Ninguna palabra más pudo salir de la boca de la madre que ya no se sentía más una madre. Incluso hubiera querido una cámara más grande para desaparecer totalmente detrás de ella. Los niños no entendían lo que pasaba. Sólo podían sentir al río acercarse y el frío entrar por sus cuellos. El mayor tomó la mano del segundo, la apretó fuerte y no la quitó hasta que el papá pidió, en una voz cortada, el último paso hacia la muerte.